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Sin título

  • concursoaha
  • 12 may 2017
  • 2 Min. de lectura

Entre los ladrillos del enorme muro se extiende una rosa teñida de rojo. Parece que tiene prisa por escalar, por volver a ver el cielo y escapar del olor a muerte que inunda la tierra. Lejos, muy lejos, un niño aúlla a la luz de la luna en plena calle, consciente del dolor de la despedida, del no retorno a la ciudad sin sueño, de que la próxima vez que vea las calles ellas ya no le verán a él. Cuando se cansa de oír el silencio de la luna en respuesta camina con miedo, miedo a que le encuentren los perros y le hagan callar. Pero los perros están en otro lugar, perplejos, observando subir la rosa hacia el cielo amarillo. El niño se sienta a observar cómo pasa la gente con insomnio, mezclando realidad con ficción, confundiendo el bullicio con la melodía aparcada entre verso y verso. Nadie le ve, nadie le reconoce, nadie se pregunta porqué está ahí y él tampoco. Ve tantas cosas, ve un viejo pozo, donde hace años se ahogó una niña y una vaca, una vaca de ojos amarillos. Se oyen los disparos en la lejanía, la rosa se desangra, no la han dejado llegar arriba, no la han dejado ser libre. Una mujer con capucha negra le ha dejado un beso rojo al niño, ya es tarde, ya no se puede borrar. Y así lo dijo el niño antes de marchar con la mujer. «Que si es verdad que las flores se marchitan también lo hacen las personas cuando las obligan a esconder como verdaderamente son, y siempre es preferible marchitarte antes de tiempo aunque sea por mano ajena que vivir un poco más estando fresco y mintiéndote a ti mismo».

Autora: Sara Chamorro


 
 
 

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