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EL OLIVO DE LORCA

Muchas noches me leyó el mismo poema, bajo la sombra de la parra y junto al pozo, mientras los niños jugaban a perseguirse entre los rosales.

Ya no me encontraron.

¿No me encontraron?

No. No me encontraron.

Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,

y que el mar recordó ¡de pronto!

los nombres de todos sus ahogados.

Él sabía que yo amaba la poesía de Lorca y no perdía la ocasión de leerme algunas de sus obras.

Pero una noche, en lugar de coger el libro y leerme ese poema, me cogió de la mano y me condujo por un camino, bajo la luna. Los grillos animaban la noche y en la lejanía se veían las luces de Víznar.

Al pie de un olivo, nos detuvimos. Tardé un rato en darme cuenta de que estaba llorando.

—Fue aquí donde lo mataron. Yo tenía ocho años y volvía a casa tras dejar las ovejas en el redil, al cuidado de los mastines. Escuché los disparos y me escondí bajo unas retamas. Lo dejaron aquí mismo, como un miserable perro.

Fue la última vez que mi abuelo me habló de Lorca y esa noche de agosto de 1936.

Dos días después, murió y lo enterramos bajo ese mismo olivo.


Autor: Federico Garrido


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