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HUIR DE UN DESTINO

En tiempos del bandolerismo, vivía en un pueblo del corazón de Andalucía un joven gitano llamado Julián. Siendo bien conocido entre su gente, la gitana más longeva del lugar advirtió que el crío sufriría de una maldición en una noche de luna llena. Según ella, podría ocurrirle cualquier desgracia, incluso la muerte, si éste se hallaba fuera de su morada.


Sus padres, al creerla ciegamente, le prohibieron que permaneciera en la calle cuando la luna se mostrara en total plenitud. Después de catorce años, Julián continuó obedeciendo sin rechistar, aunque ignoraba por completo el motivo de ello, lo que le causaba cierta inquietud.


Cierto día presenció la llegada de una compañía de teatro en el pueblo. Se quedó contemplando a uno de los actores, una moza que recitaba unas frases, encantando con sus palabras a los transeúntes. A Julián no sólo le entraron ganas de ver actuar a esa gente tan dinámica, sino que también deseaba ser uno de ellos.


Entretanto, uno de los gitanos de su edad le interrumpió. Trataba de entregarle un relicario en señal de amistad. Julián sintió que había algo extraño en la actitud del jovenzuelo, mas aceptó el obsequio.


No pasaron muchos días para que fuera de nuevo luna llena. Se encontraba solo, dirigiéndose a su hogar tras disfrutar de la obra representada por los actores errantes. El silencio reinaba hasta que aparecieron dos hombres caminando a trompicones. Para sentirse seguro, no tardó en ocultarse en la esquina más cercana.


Era obvio que esas personas habían estado en una taberna. Uno de ellos maldecía, sin titubeos, a quien fuera que robó un preciado relicario que poseía. Respondía al nombre de Carlos, ya que el otro insistía en que se calmara.

Pero el tipo desencadenó tal ira que incluso amenazó con matar al ladrón, en caso de dar con él.


Entonces Julián sacó la dádiva de su bolsillo y la acercó a la farola. El relicario que le regalaron era ovalado, percibiéndose entre el brillo de la plata que estaba grabada la letra C. Consideró perdido su aliento por un instante. Movido por el miedo, fue a la casa de su amigo tan rápido como pudo. Una vez allí, colocó el obsequio en una ventana. Luego se fue con intención de pasar la noche en uno de los carros de la compañía de teatro.


«Puedes quedarte con tu maldito relicario. Nadie de aquí, ni siquiera mi gente, volverá a saber de mí. Adiós». Tales palabras le habría dicho de haber podido hablar con quien creyó tener amistad.


Así fue como Julián huyó del embrujo de su maldición para adentrarse, allá donde estuviese, en el encanto del teatro.

Autora: Úrsula Melgar


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