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ANDALUCÍA

  • concursoaha
  • 29 may 2017
  • 2 Min. de lectura

Sus últimos días eran un sueño tenue arrastrándose bajo la sugerente memoria de un solo lugar: Andalucía. Había vivido póstumamente, su corazón no quería detenerse. Desde la certeza de aquella bomba palpitante que se escondía bajo sus entrañas, sabía que aún le quedaba mucho por ver. Si tan solo hubiera vuelto a México, Colombia…allí le ofrecieron el exilio, pero qué iba a hacer. ¿Cómo iba a abandonar su hogar, su edén, los inabarcables cielos de su Andalucía; “Oriente sin veneno, Occidente sin acción”?

Si yo ya lo dije, pensó mientras la tropa de fusilamiento le acorralaba, que yo soy católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico. ¡Todo a la vez, oídme bien! ¿No me creéis? Preguntádselo a José Antonio, el de la Falange. Aficionado a la poesía, (¿a la mía?).Muy buen chico. Todos los viernes ceno con él. Salimos juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene que le vean con él.

Fue el 18 de agosto de 1936. Lorca pensó: "Aquí voy a morir. En el Camino de Víznar a Alfacar, en Granada."Lo mataron en aquella hora anterior al alba donde la noche es más oscura, el canto de los pájaros más implorante, la tragedia más lamentable. Los fachas lo dejaron abandonado, tirado en el suelo. Desangrándose. Fusilado por socialista, amigo de Fernando de los Ríos, homosexual.

Al principio no sintió nada, ni pena ni alegría, pero pronto su cuerpo empezó a quemar como mil brasas ardientes, se entumecía, entre el gran dolor se inmovilizaba. Ojalá le hubieran disparado en el corazón. El plomo hurgaba en sus entrañas, lo mataron en Granada, en su Granada, cuando aún las estrellas asomaban por el horizonte. Lorca pensó en Andalucía, en las iglesias —¡ni Dios te salva!—, las campanadas, ese canto que no diferenciaba pecadores de beatos, una leve brisa de perdón que podría haberse convertido en una melodía caprichosa. Ojalá pudiera escribir esto rápido, pensó, no vaya a ser que se me olvide el clamor del tiempo detenido, lo inabarcable, el recuerdo agotado y superfluo y la boca llena de sangre caliente. Su cadáver fue iluminado por la luz del alba, rodeado por las flores, en Andalucía. Los jilgueros no dejaban de cantar; la voz del canario, funesto, se desvanecía en el aire. Deseó que los versos le arropasen de nuevo, que le protegiera la brisa de los poemas, que le balanceara el vaivén de aquel amor que nunca pudo expresar y acabó matándole. El sol de agosto en Granada ardía más que las balas de plomo.


Lastimera España, qué ingrata, mataste a tu poeta, a nuestro Federico…



Autora: Andrea García


 
 
 

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